TAL VEZ ME LLAME JONÁS

Yo no soy nadie:

Un hombre con un grito de estopa en la garganta

y una gota de asfalto en la retina.

Yo no soy nadie: ¡Dejadme dormir!

Pero a veces oigo un viento de tormenta que me grita:

Levántate, ve a Nínive, ciudad grande, y pregona contra ella.

No hago caso, huyo por el mar y me tumbo en el rincón

más oscuro de la nave

hasta que el viento terco que me sigue

vuelve a gritarme otra vez:

¿Qué haces ahí, dormilón? ¡Levántate!

Yo no soy nadie: Un ciego que no sabe cantar.

¡Dejadme dormir!...

Pero un día me arrojaron al abismo,

las aguas amargas me rodearon hasta el alma,

la ova se enredó en mi cabeza,

llegué hasta las raíces de los montes,

la tierra echó sobre mí sus cerraduras para siempre...

(¿Para siempre?)

Quiero decir que he estado en el infierno...

De allí traigo ahora mi palabra.

y no canto la destrucción,

apoyo mi lira sobre la cresta más alta de este símbolo...

Yo soy Jonás.

(León Felipe)

jueves, 27 de mayo de 2010

¿POR QUÉ JONÁS?

Conocí al profeta Jonás siendo muy niña, a través de una lectura de castellano. Entonces me pareció que se copiaba de la historia de Pinocho, más tarde me enteré que más bien era al revés, Carlo Colodi conocía aquel relato milenario. Hace no mucho volví a leer el libro de Jonás, ya no la vieja adaptación infantil, sino el libro bíblico "de verdad" y su lectura me llevó a  reflexionar sobre la libertad de Dios y la libertad del hombre.
Así, pensando en Jonás e investigando cosillas sobre él me he dado cuenta de que el Profeta es un icono perfecto para definir al “hombre de Iglesia”, esa persona que toma lo que le han dicho acerca de Dios como algo absoluto e indiscutible cuando simultáneamente contempla que la realidad, el futuro, que Dios está poniendo delante de él, a través de su historia personal, discurren por cauces que él no sólo no conoce sino que incluso rechaza.¿Cómo puede ser que Dios actúe de un modo que choca con lo que a él le han enseñado de Dios? 
En realidad no hace falta ser un gran sabio para concluir que la libertad que Dios da a los hombres va en contra de su misma divinidad, (estropea, por así decir, el plan de armonía que ha diseñado) y da a la criatura alas para sentirse creador y obrar incluso en contra de los designios divinos.
Pero voy a hablaros, aunque sea brevemente, del libro de Jonás.  Si os interesa leerlo necesitaís una Bíblia (si no teneis, en Google hay de todo). Buscais Antiguo Testamento y en él los Libros proféticos. Y allá está.
No es para dar culturilla, pero hay que decir, para entender el contexto del personaje, que el texto fue escrito allá por el siglo V aC, después del exilio. Tampoco os creais que es una obra biográfica o un libro de oráculos, sino que se trata de una “ficción didáctica” que pretende dar una moraleja, como cualquier buena parábola.
Literariamente la podríamos inscribir en el género del midrhas (Un cuento que busca o revela el conocimiento más profundo de las cosas). Un recurso común en los midrashim es la atribución de la acción narrada (o del texto) a un personaje histórico, que se transforma en el protagonista. Evidentemente, ese protagonista es elegido en relación a lo que se pretende transmitir. Por ejemplo, a Salomón se le atribuyen obras sapienciales y a David salmos.
En el caso del Libro de Jonás, el protagonismo le es adjudicado a Jonás ben Amitai, profeta en la época de Jeroboam II (2 R. 14:25) (Para situaros,  varios, siglos anterior a la composición de la obra).
El tal Jonás, Hijo de Amitai de Gata-Hefer vaticinó, en tiempos de Jeroboam II, que Israel recobraría sus fronteras desde la entrada de Hamat hasta el mar del Arabá (Es decir, volvería a las lindes del primitivo territorio de las tribus). No se si estáis muy familiarizad@s con la figura histórica de Jeroboam II así que por si acaso, aclararé que es un personaje exaltado por el nacionalismo. Jonás, asociado a su imagen, se hiergue como un campeón armado de la ortodoxia profética, un referente del nacionalismo expansionista y triunfante. El Jonás del libro de Jonás encarna mas su símbolo que su figura real.En suma, que el relato de sus andanzas no es biográfico sino iconográfico, la encarnación de un estereotipo.
El mismo nombre, Jonás, (Yonáh en hebreo) significa “paloma” metáfora que con frecuencia designa a Israel a quien Jonás personifica.
El  Jonás simbólico nos acerca al Jonás ben Amitai de Gat Héfer, personaje histórico que en su día ostentó el celo religioso de Elías y Elíseo, e inflamó su corazón con ideales nacionales y hasta militares. Una paloma con corazón de halcón, pero paloma al fin, que el Señor envía a llevar un mensaje de conversión al verdadero depredador, al halcón "de verdad", al asirio, invitándolo a hacerse vegetariano.
En época del libro, a la vuelta del exilio, la necesidad de preservar la integridad religiosa y cultural del pueblo, determina una intensificación de la línea nacionalista, de modo que el libro de Jonás se yergue como una crítica feroz, un latigazo que muestra que los paganos, (tanto la tripulación de la nave como los habitantes de Nínive) están mucho más abiertos a la fe y a la conversión que los exclusivistas del palo de Jonás.


Este es el trasfondo del Libro de Jonás, un midhrás lleno de acertijos e irónicos juegos de palabras (que perdemos en las traducciones) y que parodia un engaño trágico: La elección del pueblo de Israel no puede derivar en un chauvinismo xenófobo sino que lo aboca a una misión universal entre los demás pueblos.
Jonás es citado en los Evangelios. El “signo de Jonás” (Mt. 12. 39-40; 16. 4; Lc. 11. 29-30) es el único que se le dará a los que piden señales para creer en Jesús. Mateo explicita que se refiere a la resurrección y los tres días en el sepulcro. Pero además hay otras dimensiones: la predicación o envío profético a los paganos, su conversión y su perdón. En segundo lugar, Jesús usa el Libro de Jonás para oponer la fe de los ninivitas y la incredulidad de sus contemporáneos (Mt. 12. 41; Lc. 11. 32), aspecto que nos permite  ver que el ecumenismo y el diálogo interreligioso son imprescindibles.

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