TAL VEZ ME LLAME JONÁS

Yo no soy nadie:

Un hombre con un grito de estopa en la garganta

y una gota de asfalto en la retina.

Yo no soy nadie: ¡Dejadme dormir!

Pero a veces oigo un viento de tormenta que me grita:

Levántate, ve a Nínive, ciudad grande, y pregona contra ella.

No hago caso, huyo por el mar y me tumbo en el rincón

más oscuro de la nave

hasta que el viento terco que me sigue

vuelve a gritarme otra vez:

¿Qué haces ahí, dormilón? ¡Levántate!

Yo no soy nadie: Un ciego que no sabe cantar.

¡Dejadme dormir!...

Pero un día me arrojaron al abismo,

las aguas amargas me rodearon hasta el alma,

la ova se enredó en mi cabeza,

llegué hasta las raíces de los montes,

la tierra echó sobre mí sus cerraduras para siempre...

(¿Para siempre?)

Quiero decir que he estado en el infierno...

De allí traigo ahora mi palabra.

y no canto la destrucción,

apoyo mi lira sobre la cresta más alta de este símbolo...

Yo soy Jonás.

(León Felipe)

domingo, 30 de mayo de 2010

JONÁS I


JONÁS 1
La palabra de Yahveh fue dirigida a Jonás, hijo de Amittay, en estos términos: 
 «Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella que su maldad ha subido hasta mí.»


Asistimos a uno de esos extraños “castings” de Dios, quien, por su propia iniciativa, otorga una misión a la persona menos indicada para la misma. 
Ya he comentado como la figura de Jonás ben Amittay evoca a un profeta ultranacionalista, pues bien, a éste le encarga Di_s la misión de anunciar al mayor enemigo posible de Israel que Dios es amor, también para él.
Sorprende también la sencillez. casi  ingenua del texto: 
La palabra de Yahveh fue dirigida a Jonás
Nuestra mentalidad occidental, moderna y científica nos acribilla a preguntas:
¿Cómo lo hizo? 
¿Fue una aparición? 
¿Se sirvió de un sueño? 
¿Ya no habla Dios a los hombres? 
¿Me habla a mí? 
¿Si oigo “la palabra de Yahveh”, no será una alucinación esquizoide?
Sin embargo, el modo que un hebreo tiene de explicar qué es la fe es escasamente técnico y para nada abstracto. Cuando La palabra de Yahveh es dirigida a alguien, enseguida hemos de mirar su historia personal, por que esa comunicación con Dios es un conocimiento experiencial. En esas revelaciones se dan detalles de que tanto la iniciativa como la fuerza parten de Dios, no del hombre. La misma historia de Israel empieza en una forma tan curiosa como la de Jonás y también en clave de paradoja, casi de comedia.
Dios elige entre todos los hombres a uno. 
¿Qué quiere de él? 
Hacerse un pueblo. 
¿A que “semental” elige para la tarea? 
A un anciano estéril. 
Definitivamente Dios es el “otro” absoluto, y su modo de obrar es a partir de la libertad.
Hay palabras que engañan, porque al pronunciarlas queremos decir una cosa pero quien las escucha entiende otra. Una de esos términos es “fe”. Cuando la oímos, corremos el riesgo de entender la fe como la creencia en la existencia de Dios, así el hombre de fe es el que cree en la existencia de Dios, el ateo no cree y el agnóstico no se define. Pero Abraham no entra en ese juego de debatir si Dios existe o no, no piensa en el motor inmóvil ni cosas similares. Abraham, simplemente, encarna la fe y la manifiesta como la aceptación de una relación de tipo personal con un Dios único. 
Con esto cambia el problema: ya no se trata de creer en que existe Dios el tema es creer en que el hombre existe para un Dios que se cuida de él.
Aunque el relato sobre Abraham es sobradamente conocido, haré una pequeña sinopsis: 
Abraham es un patriarca ya anciano que vive en Ur de Caldea. Es un hombre politeísta, pastor y nómada. Está casado con Sara, anciana ya y estéril. Posiblemente ha rezado a todos sus dioses para que le den un hijo. Posiblemente ha hecho todo lo que estaba a su alcance para lograr su sueño y todo ha sido un absoluto fracaso. Siendo ya anciano se le dirige Dios, y cuenta la Biblia que lo hace con la misma sencillez que usa con Jonás: 
Génesis 12, 1-3: Yahveh dijo a Abram: «Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra.»
Una orden: Vete, sal del sitio en el que estás. 
Y una promesa: De ti haré una nación grande y te bendeciré. 
Dios será el autor, la mano que escribe. Pero requiere de Abraham, el instrumento, el lápiz que dibuja las letras. 
Y para eso debe dejar “su tierra”, abandonar el mundo religioso en que vivía para entrar al mundo de la fe. Esto requiere que se de una “conversi­ón”. 
Los seres humanos tendemos a lo tangible, a aquello que vemos y podemos comprender como propio. Abandonar esa inercia requiere un cambio, un descubrimiento de lo ci­ego que se es al fi­ar­se nada más de lo que pu­eden ver nuestros oj­os, poner nuestra seguridad en una ilusión falsa, en un mundo “Matrix”. 
Sin es­te cam­bio no hay fe. 
He aquí la ra­zón pro­fun­da por la que la fe es in de­mos­t­rab­le: es un cam­bio del ser, y só­lo qu­i­en cam­bia la re­ci­be. 


Además, la fe no es irrevocable: al contrario la fe es un cambio di­ari­amen­te nu­evo, una conversión constante, un continuo frotarse los ojos, una rup­tu­ra ar­ri­es­ga­da que im­p­li­ca la osa­día de ver la verdad en lo que no se ve.
Es el salto que da Abraham cuando sale y el camino que recorre paso a paso encabezando una fe que pasará, eslabón en eslabón, hasta mt, que eresotro engarce entre lo que oyes y lo que transmites. 
Abraham conquistará la fe poco a poco, a través de hechos concretos cuyos detalles podemos leer en el libro del Génesis. Como un niño, que no aprende de golpe sino en un proceso paulatino, Abraham va descubriendo el rostro que ese Dios que le ha hablado le va mostrando. Y el anciano, que sin saber es modelo de lo que es la fe, se transforma en un pedagogo que nos manifiesta:


  • Que Dios no dicta de sí mismo lecciones magistrales, no le dice: “Mira Abraham, yo soy trascendente, omnisciente, todopoderoso”. Los griegos tienden a abstraer los grandes conceptos, descarnan la realidad y universalizan lo concreto mediante una teoría. Los judíos, en cambio, explican los conceptos atrapándolos en historias. Para hablar de la fe nos cuentan una vida. La catequesis que consistía en memorizar atributos, es Ur, es religión, no es para nada, la fe.


  • Dios cuando se revela, cuando habla, usa el lenguaje de los hombres: interviene en una historia, interactúa con las personas. Hay hechos concretos, no elucubraciones. Abraham no reflexionó sobre Dios, vivió los hechos que Él le proponía y descubrió detrás de todos los acontecimientos, la intervención divina.


  • La exquisitez de la Revelación: Dios usa el oído, pese a que el hombre religioso prefiera la visión. El oído tiene la gran sutileza de proponer a lo lejos y de dejarte libre para escuchar o no. La visión determina más. Lo que oyes admite siempre más dudas que lo que ves y sin embargo es más real la voz de la madre a través del teléfono que la sonrisa congelada en una fotografía. La religión se alimenta de certezas, la fe siempre lleva detrás la sombra y el lastre de la duda.


  • La obediencia nace de la libertad. El hombre jamás pierde el libre albedrío, la capacidad de elegir a cada instante entre una cosa y otra. La fe no se plantea de una vez y para siempre sino que nace a cada momento de nuestra libertad para decir “Sí”. Abraham cree al salir de Ur, pero confirma su fe en cada paso que da y dará el “Sí” definitivo cuando sea libre para sacrificar el fruto de sus esfuerzos. Moria es descubrir que Dios provee, pero es descubrir también que si Dios pide a Isaac es por que tiene poder incluso para Resucitarlo. El oro se aquilata al fuego. La fe no es menos valiosa.


  • En la religión, el hombre se compromete con Dios, si hablamos de la fe, el compromiso es de Dios con el hombre. En Génesis 15 se narra este pacto: Dios pide a Abraham que parta en dos una serie de animales para firmar una alianza con él. El ritual consiste en que las dos partes que traban un trato pasen entre las mitades de los animales del sacrificio. El sentido es aceptar que si fallan a los términos del tratado, corran la suerte de las bestias sacrificadas y desmembradas. Abraham prepara el ritual, con dudas contra las que batalla. Lo leemos en Gn 15, 10-11 (Tomó él todas estas cosas, y partiéndolas por medio, puso cada mitad enfrente de la otra. Los pájaros no los partió. Las aves rapaces bajaron sobre los cadáveres, pero Abram las espantó). El resultado, sin embargo, es sorprendente. Dios sólo es quien pasa, quien carga con el peso del trato, quien se compromete. Génesis 15, 17-19 (Y, puesto ya el sol, surgió en medio de densas tinieblas un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre aquellos animales partidos. Aquel día firmó Yahveh una alianza con Abram, diciendo: «A tu descendencia he dado esta tierra, desde el rió de Egipto hasta el Río Grande, el río Eufrates: los quenitas, quenizitas, cadmonitas, hititas, perizitas, refaítas, amorreos, cananeos, guirgasitas y jebuseos.»). Dios pondrá la gracia, pero si el hombre se niega a ser recipiente esta se desparrama sin poder cumplir su misión.


  • La conclusión de esta historia es simple: Dios se revela, da pistas para que todos advirtamos su presencia, habla a cada hombre en su historia concreta, nos invita siempre a salir de nuestros criterios para proponernos una misión algo que tu y nadie más pude hacer.
Todo eso está ante nuestros ojos, como cuando vemos una película de Sherlok Holmes. 
Cada uno de nosotros tenemos los elementos que nos permiten pasar a la fe, como Abraham y podemos ver que Dios viene a clamar esa inquietud concreta que llevamos en el corazón. 
Un hijo y una tierra (en el fondo es trascendernos, vencer la muerte y vivir más allá de nuestra vida, aunque sea en la herencia genética que dejamos en otro ser) 
Abraham eres tu, soy yo, es cada creyente porque su historia tiene el valor de una parábola. Como Abraham todos tenemos los elementos que nos permiten percibir la presencia de un Dios en nuestra realidad… Ahora bien, algunos son Holmes, otros son Watson. 
Holmes une, percibe, discrimina. 
Watson va a remolque, es lento y bastante más torpe. 
Nosotros desentrañamos el misterio porque Sherlok (Abraham) se lo explica a Watson. 
¿Y cuál es el misterio? 
¿Qué es la fe? 
Es, mi querido Watson, descubrir que Dios no es indiferente a nuestro sufrimiento, que hay que salir de la casa de tu padre, que son tus criterios, tus planes y tus ideas, para caminar por el desierto, en donde no hay caminos, en donde la duda es la gran compañera. 



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